viernes, 27 de diciembre de 2013

La luz del Evangelio

"Por eso, investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no nos desanimamos y nunca hemos callado nada por vergüenza, ni hemos procedido con astucia o falsificando la Palabra de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús. Porque el mismo Dios que dijo: 'Brille la luz en medio de las tinieblas', es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo."
(2 Cor 4, 1-6)
     Nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con Él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: "para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios".
 
     No nos desanimamos y nunca hemos callado. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores. Llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz.

     Pablo, hablando a los Corintios, usa precisamente estas dos imágenes. Por una parte dice: "Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos". La palabra recibida se convierte en respuesta, confesión y, de este modo, resuena para los otros, invitándolos a creer. Por otra parte, San Pablo se refiere también a la luz: "Reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen". Es una luz que se refleja de rostro en rostro, como Moisés reflejaba la gloria de Dios después de haber hablado con Él: "Dios ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo".

     La luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos, y así se difunde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar en esta visión y reflejar a otros su luz; igual que en la liturgia pascual, la luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos plantamos una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos. Jesús nos llama todos los días a misionar, a transmitir su palabra y su amor: en casa, en el colegio, en la facultad, en el trabajo. No podemos callarnos, no podemos guardárnoslo para nosotros. Tenemos que estar preparados para compartirlo. 
 
     Señor, cuando nos mandas a sembrar, rebosan nuestras manos de riqueza; tu Palabra nos llena de alegría cuando la echamos en tierra abierta. Señor, cuando nos mandas a sembrar, sentimos en el alma la pobreza; lanzamos la semilla que nos diste y esperamos inciertos la cosecha. Y nos parece que es muy poco el grano para la inmensidad de nuestras tierras. Y nos aplasta la desproporción de tú mandato frente a nuestras fuerzas. Pero la Fe, nos hace comprender que estás a nuestro lado en la tarea. Y avanzamos sembrando por la noche, y por la niebla matinal somos profetas, pobres, pero confiados en que Tú nos usas como humildes herramientas. Amén

viernes, 6 de diciembre de 2013

Predicación de Juan el Bautista

"En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 'Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca'. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: 'Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible'."
(Mt 3,1-12)

"Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca"

     El Evangelio nos prepara para la venida del Mesáas. Nos prepara para la llegada de Jesús a nuestras vidas. A nuestro corazón.Quien prepara el terreno es Juan. Tiene una misión fundamental. Juan no se guarda el amor de Jesús para sí. Sino que lo comparte con los demás. Él transmite y anuncia la llegada de Jesús. Y lo hace desde la humildad y la sencillez, a través de las acciones y sacramentos. Él entendió el amor de Jesús.Cuánto tenemos nosotros que aprender de Juan el Bautista.

“Produzcan el fruto de una sincera conversión…”

     La verdadera conversión no consiste sólo en simples ritos religiosos, sino en una transformación profunda de la persona, que pasa de la indocilidad a Dios, a una obediencia sincera a Él en todas las cosas, tanto en las más importantes de la vida como en las más pequeñas. Ser verdaderamente dóciles a Dios con amor: ésa es la verdadera conversión.
     Juan también es severo con los pecadores. Venían a él muchos fariseos y saduceos para que los bautizara. Tienen fama de ser gente de bien; pero Juan los reprende con fuerza: “raza de víboras”.

     El profeta lee en sus corazones y ve que, en realidad, su amor por el señor no es sincero. Y no es lo suficientemente grande para dejarse moldear por Él. Pidamos al Señor la docilidad del corazón. Para que no seamos como los fariseos y saduceos. Para que Jesús sea quien nos guie en la vida, y nos permita descubrir la alegría de esta buena noticia que Juan anuncia. Ofrezcamos al señor todas nuestras miserias para que sea Él quien nos transforme. Dejémonos transformar por Cristo. Él hace nueva todas las cosas.

viernes, 29 de noviembre de 2013

La venida del Hijo del Hombre

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”
(Mt 24,37-44)

     En la liturgia del primer domingo de Adviento, la Iglesia nos pone delante una parte del discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Adviento significa Venida. Es el tiempo de la preparación para la venida del Hijo del Hombre en nuestra vida. Jesús nos invita a estar vigilantes. Nos pide estar en vela, atentos, despiertos. El Señor está en camino. Y nosotros, impacientes por su venida, nos ponemos también en camino para salir a su encuentro. 

“Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”

     Jesús compara la venida del Hijo del Hombre a los días del Diluvio. En los días de Noé, la mayoría de las personas vivían sin preocupaciones, sin darse cuenta que se acercaba la hora de Dios. En esta comparación Jesús nos invita a estar atentos, en vigilia. Nos propone elegir un camino diferente. 


"Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.”

     Jesús nos invita a vivir conforme a él, a la iglesia, es busca de la salvación. Sólo quien entregue su vida a Cristo podrá verlo cara a cara.
 

"Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.”

     El tiempo de Dios no se mide con nuestro reloj o calendario. El tiempo de Dios es independiente de nuestro tiempo, de ahí a que debamos estar preparados para el momento en el que la hora de Dios se hace presente en nuestro tiempo. Es por ello que debemos vivir en vela, entregar toda nuestra vida y no una parte, un momento, estar en vela significa vivir a Jesús, todo el día, todos los días. Dios está ya presente entre nosotros y es posible vivir en comunión con Él. Pero seguimos experimentando las limitaciones de la vida misma. Por eso, no vivimos todavía en la plenitud a la que aspira nuestro corazón. Jesús en el inicio de este tiempo de adviento nos invita a estar preparados, a que dispongamos nuestros corazones y nos dejemos enamorar por la locura de su amor.

viernes, 25 de octubre de 2013

Parábola del fariseo y el publicano

"Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: 'Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: -Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: -¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!. Les aseguro que éste último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 
(Lc 18,9-14)
 
      Algunos que se tenían por justos. Algunos que se consideraban más que el que tenían al lado, autosuficientes, superiores. Algunos que por creerse más lindos, altos, inteligentes, ricos, simpáticos, miraban despectivamente al otro. No hace falta explicar la frase para poder sentirla en carne propia, para poder mirar en nuestros corazones y a nuestro alrededor y darnos cuenta de que a diario somos injustos y despreciamos a los demás y al mismo tiempo somos despreciados por otros. Con palabras, gestos, miradas, actitudes. Es un escenario que nos inunda a diario.

     El fariseo parece no hablar con Dios, sino que se habla a sí mismo, se alaba y se autojustifica, presentando ante Dios sus muchos “méritos” y títulos de gloria. Se encuentra satisfecho de sí mismo, cree que puede observar los mandamientos sin la ayuda de la gracia de Dios y está convencido de no necesitar Su misericordia. En su oración hay un cierto desprecio a los demás. Y lo más triste es que este pobre hombre creía que así agradaba al Señor, cuando simplemente era un fariseo que hacía alarde de su propia perfección moral.

      A diario y con pequeñas actitudes, estos “aires de mayor espiritualidad” nos pueden envolver. La falsa humildad, la falta de fe, la falta de un examen de conciencia nos llevan a pecar de fariseo. No hace falta que nos paremos frente al altar con soberbia, en cada pequeña decisión que tomamos tenemos siempre la posibilidad de elegir ser este fariseo. Pero Jesús nos presenta al publicano: este hombre que se queda atrás tímidamente, tan humilde que no se atrevía a levantar los ojos. El publicano tenía la grandeza de corazón para reconocer delante de quién estaba y sabía todas sus limitaciones personales. Era profundamente consciente de su indignidad y sólo se humillaba, pidiendo perdón por sus maldades. Su humildad es tan sincera que conmueve. Repite “Dios mio, ten piedad de mí, que soy un pecador” y nos conquista el corazón. Se siente en paz, tranquilo, acompañado en sus palabras.
 
     Jesús nuevamente nos enseña a mirar con los ojos del corazón, a descreer de las superficialidades y a experimentar una espiritualidad profunda, creciente y trabajada. Padre, que me enseñas el poder del “último”, el enaltecimiento de la humildad, Tú que me propones un reinado a base de servicio generoso, de entrega profunda y desinteresada. Tú que me muestras el valor del silencio, de la oración. Tú que me quieres y me conoces como soy. Ayúdame a creer en tu misericordia mucho más que en mi bondad. Ayúdame a confiar en tu perdón por encima de mis seguridades. Ayúdame a desterrar mis vanidades, mis comodidades. A no vivir una fe a mi medida, a no seguir una Palabra traducida. Ayúdame a abandonarme a tu voluntad por encima de mis afanes de control. Señor, que sea cristiano de "golpe en el pecho y mirada humilde", pero desde la convicción y la experiencia de tu Amor Misericordioso, desde tu presencia en mi vida, desde la vivencia de saberme querido en mis debilidades, amparado en mis desfallecimientos, en mis desesperanzas. Y que siempre encuentre el camino de tu Perdón, de tu Palabra, de tu auxilio. Y desde Ti, o Tú conmigo como instrumento, ser testimonio de humildad, de sencillez y de cercanía para mi prójimo. Amén.

viernes, 4 de octubre de 2013

El deber del servidor

"Los Apóstoles dijeron al Señor: 'Auméntanos la fe'. El respondió: 'Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: -Arráncate de raíz y plántate en el mar, ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: -ven pronto y siéntate a la mesa? ¿No le dirá más bien: -Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: -Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'."
(Lc 17, 5-10)


     Muy a menudo el ser humano se encuentra en la misma encrucijada que la comunidad de Lucas. Queremos realizar cosas extraordinarias, llamativas y dignas de admiración, que den razón de una fe extraordinaria. Pero muy a menudo olvidamos que lo que Jesús requiere no es una fe extraordinaria, sino que vivamos con fe las cosas ordinarias y cotidianas de la vida. En otras palabras, estamos llamados a convertir las cosas ordinarias en cosas extraordinarias, por medio de la fe y el servicio a la comunidad. 
     
     Mientras van de camino, los apóstoles le ruegan a Jesús que les aumente su fe. Jesús les responde: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: ‘Desarráigate y plántate en el mar,’ y os obedecería”. La respuesta de Jesús es un poco ambigua pues puede significar dos cosas. La primera interpretación es que los apóstoles no tienen fe y que están pidiendo a Jesús que les de fe para seguir en el camino. Según esta interpretación, no se trataría de aumentar fe, sino de tenerla o no tenerla. En este contexto, los apóstoles no tienen fe, ni siquiera una fe del tamaño de un granito de mostaza, semilla proverbialmente conocida como “la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra”. La segunda interpretación es que los y las integrantes de la comunidad del camino tienen ya un poquito de fe y le estén pidiendo a Jesús que les aumente dicha fe para entender mejor su mensaje. Esta interpretación explica mejor el texto. La comunidad ya ha sido llamada anteriormente: “personas de poca fe”. Además los apóstoles -como enviados- han sido comisionados por Jesús para anunciar las buenas noticias a todas las personas, y “trasmitir la fe” era parte del anuncio que tenían que dar

     Si leemos atentamente el contexto descubriremos que lo que Jesús está proponiendo no es ver y entender la fe de una manera “mágica” con “poderes sobrenaturales,” sino abrazar y vivir la fe en lo ordinario y cotidiano de la vida. La comunidad del camino tiene que recibir la fe como el grano de mostaza, que es pequeña, pero capaz de transmitir vida. La comunidad tiene que abrazar esta manera de vivir la fe, que no busca grandeza ni poder, sino germinar en los corazones de la comunidad alternativa, que Jesús está construyendo mientras va de camino a Jerusalén. Para que no quede ninguna duda de que la fe que Jesús requiere no es realizar cosas extraordinarias, sino más bien abrazar lo ordinario y cotidiano de la vida, Lucas nos presenta la fe vivida en servicio en la imagen del esclavo y del patrón.

     Ahora bien, ¿qué significa realmente una “fe viva”? La fe de la que hablamos aquí, la fe en Jesús, es la confianza en su palabra, la acogida de la misma y la disposición a ponerla en práctica. Como realidad viva que es, a imagen de la semilla, requiere ser cultivada y reavivada. Ante las dificultades internas y externas, la fe probada se convierte en fidelidad. Y una fe que confía y es fiel es una fe que se enfrenta con valentía a las dificultades, que no se esconde, que da testimonio. El supremo ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús, que vive en la plena confianza en su Padre, y fiel a su misión, llega al extremo de entregar su propia vida. La fe se alimenta de la palabra de Jesús escuchada, acogida y puesta en práctica, la alusión al servicio no es casual. La fe no es una confianza pasiva, sino que nos pone en pie y nos hace vivir activamente, actuar. El que cree en Él debe vivir como vivió Él. Si Él vino a servir y a entregar su vida en rescate por muchos, el discípulo de Jesús ha de ser un servidor de Dios y de sus hermanos. Si es un verdadero creyente, éste es el milagro que la fe opera en él: arrancarlo de las raíces del egoísmo y de la seguridad y plantarlo en el mar arriesgado del servicio a los demás. Vivir en actitud de entrega y servicio no es algo externo a la fe, algo de lo que podamos enorgullecernos o por lo que debamos exigir un salario, sino la consecuencia natural de ese “vivir por la fe”, de ese espíritu de energía, amor y buen juicio; es el fruto de esa semilla de la fe que la palabra de Jesús ha plantado en nuestro interior.

     Quedate con nosotros, Señor, ahora que nos vamos de esta casa, donde te hemos conocido un poco mas. Quedate con nosotros, Señor, nos vamos de tu casa, pero queremos llevarte en nuestro interior. Aqui nos hemos encontrado contigo. Ayudanos a conservar tu amor, protegenos de las tentaciones. Queremos amarte con hechos, no solo con palabras y sentimientos. Quedate con nosotros, Señor, y que este encuentro contigo no termine en este momento. Quedate con nosotros, Señor, para que este encuentro contigo se prolongue en la Comunion, nosotros iremos a recibirte, tú vendras a nosotros, no nos separemos ahora; quedate para siempre señor.

viernes, 27 de septiembre de 2013

El rico y Lázaro

"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío', respondió Abraham, 'recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham', insistió el rico. 'Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'." 
(Lc 16, 19-31)

     Jesús nos presenta a Lázaro, un pobre, herido y necesitado; y nos presenta a otro hombre, un hombre rico, que se viste bien y se da lujos, pero que ni siquiera es tan importante como para recordar el nombre. La parábola nos cuenta que el pobre llega junto a Abraham luego de su muerte mientras que el rico es atormentado por las llamas.  
     En una homilía sobre este pasaje San Agustín comienza su predica diciendo: “He aquí la fe de la que se ríen los malvados y los incrédulos: nosotros decimos que después de la presente vida hay otra”. Y nos incita entonces a pensar cómo vivió su vida este hombre rico. Y a la luz de esta parábola pensar cómo estamos viviendo nuestra vida.

     El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen". "No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán". Pero Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán".

     El final de esta parábola nos invita a replantear nuestra fe. El hombre rico no es una mala persona, alguien cruel, simplemente pasó toda su vida sin reconocer a su prójimo necesitado. No pudo conocer tampoco entonces el Amor de Dios, no pudo saber lo que significa la Caridad, la Misericordia. Al no encontrarse con su hermano, no pudo encontrarse tampoco con su Dios. Y sospecha que tampoco lo podrán hacer sus familiares. Y pide un acto sobre natural, la visita de un resucitado. Hoy a nosotros también nos invita Jesús a reconocer a Dios en nuestro prójimo. Con una ventaja, este acto sobrenatural, esta visita de un resucitado ya la tuvimos.


    ¡Oh, Santísimo Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido; concededme desear ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir perfectamente en alabanza, y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada. Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; concededme que conozca lo que de mí queréis y que lo cumpla corno es menester y conviene a mi alma. Dadme, oh Señor Dios mío, que no desfallezca entre las prosperidades y adversidades, para que ni en aquellas me ensalce, ni en éstas me abata. De ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a Vos o aparta de Vos. Otorgadme, oh Señor Dios mío, entendimiento que os conozca, diligencia que os busque, sabiduría que os halle, comportamiento que os agrade, perseverancia que confiadamente os espere, y esperanza que, finalmente, os abrace. Dadme que me aflija con vuestras penas aquí por la penitencia, y en el camino de mi vida use de vuestros beneficios por gracia, y en la patria goce de vuestras alegrías por gloria. Señor que vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Parábola del mayordomo infiel

"Decía también a los discípulos: 'Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: -¿Qué es lo que han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más este puesto-. El administrador pensó entonces: -¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!-. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: -¿Cuánto le debes a mi señor?-. "Veintes barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: -Toma tu recibo, siéntate enseguida, y anota diez-. Después preguntó a otro: -Y tú, ¿cuántos debes?. "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: -Toma tu recibo y anota trescientos-. Y el señor alabó a éste administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.' Pero yo les digo: 'Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes"
(Lc 16, 1-13) 

     En el evangelio de hoy, un hombre rico despide a su administrador por no haber hecho bien su trabajo. El hombre al ser despedido se angustia por su futuro. ¿Qué va a ser de su vida al salir de la casa del hombre rico?


¿Estoy preocupado por mi futuro? ¿Me preocupo más por el futuro que por el día a día? ¿Siempre queremos tener el control sobre las cosas que pasan?

     Al hombre despedido se le ocurre una idea para tener su futuro asegurado: llama a los deudores del jefe y les hace una rebaja considerable en las deudas que ellos tenían con el hombre rico. Estos deudores están agradecidos con el hombre despedido pero no saben que en realidad estaba engañando a su jefe.
     El jefe del hombre despedido al darse cuenta de que éste le fue infiel, lo alaba. Pero no está alabando la deshonestidad que su empleado tuvo para con él, sino la sagacidad utilizada para prepararse un buen futuro aún habiendo quedado sin empleo.
     El hombre despedido, buscó tener amigos en el futuro que le dieran premios por su amistad. Los hijos de este mundo utilizan toda su inteligencia para conseguir sus deseos mundanos, mientras que los hijos de Dios son descuidados en hacer provisión para obtener premios y recompensas en el estado eterno. 


¿Qué pasaría si todo el tiempo que estamos juzgando a los demás o criticándolos lo dedicáramos a ayudar al prójimo? 

     Si nosotros no somos fieles con las cosas materiales que nos da Jesús -si no las usamos para agrandar el reino de Dios- sino que las malgastamos para agrandar nuestro ego, tampoco vamos a ser fieles al usar de manera productiva los dones que nos da Dios.
     
"Si pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios."

     Jesús muestra cómo la gente pone todo su empeño en ganar dinero, para acumular, para ser ricos; pero Él, quiere que los cristianos pongamos todo nuestro interés en vivir como Él y en dar su testimonio. “Gánense amigos con los bienes de este mundo.” Mientras vivimos en este mundo, hagamos todo lo posible por conseguir los bienes que se agotan, los que perduran para siempre. Hay que aprovechar el tiempo con toda intensidad, para llenarse de buenas obras y ser recibidos por el Padre. El mensaje de Jesús nos obliga a replantearnos nuestra vida. El Evangelio y el compromiso de vivirlo abarca toda la vida del cristiano: valores, actitudes, sentimientos y obras. Depende de nosotros ponerlo en práctica.

      Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a Ti. Que no desee otra cosa sino a Ti, y que todo lo haga siempre por Ti. Que me humille y que te exalte a Ti. Que no piense nada más que en Ti, y que acepte todo como venido de Ti. Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti. Que siempre elija seguirte a Ti. Que huya de mí y me refugie en Ti, y que merezca ser protegido por Ti. Que sea contado entre los elegidos por Ti. y ponga toda mi confianza en Ti. Y que obedezca a otros por amor a Ti. Que quiera ser pobre por amor a Ti. Concédeme la gracia de gozar para siempre de Ti. Amén.

viernes, 13 de septiembre de 2013

La Misericordia de Dios

"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: 'Éste acoge a los pecadores y come con ellos'. Entonces les dijo esta parábola: '¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: -Alégrense conmigo, porque he hallado a la oveja que se me había perdido-. Les digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. O, ¿qué mujer que tiene diez monedas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: -Alégrense conmigo, porque he hallado a la moneda que había perdido-. Del mismo modo, les digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”
(Lc 15, 1-10)

      En el evangelio nos encontramos con una situación muy clara: mientras Jesús se encuentra reunido con los publicanos y pecadores, esas personas que estaban mal vistas por la sociedad, los fariseos y escribas, que son aquellos que conocían y cumplían la ley, murmuraban y se alborotaban al ver lo que Jesús hacía. Los sobrepasaba semejante situación, los escandalizaba ver que éste que se hace llamar el Mesías, se junta con esos que son “impuros”, los pecadores.
     Otra vez, vemos como a Jesús no le preocupa ni tiene miedo de ir contracorriente, no le importa lo que puedan llegar a decir o pensar de Él estos hombres que a fin de cuenta, no terminaban de entender quién era Él, a qué había venido…no entendían que Él no estaba para asistir al justo, sino al pecador, al perdido, al descarriado.

     Esto que hizo Jesús, también es a lo que nos llama como discípulos suyos. Nos invita al encuentro fraterno con nuestro prójimo, especialmente con los enfermos y marginados, que podamos mirarlos a los ojos y reconocer en ellos la mirada dulce y sufriente de Cristo. Quizás nos cueste, quizás no sea el camino fácil, pero no hay que olvidar que el discipulado no consiste sólo en aprender, sino también en seguir al Maestro, y sobre todo implica haber tomado un compromiso definitivo e integral de transformación, de cambio, de conversión.
     Pensemos entonces en qué rol me siento más identificado, en cuáles he estado alguna vez y en cuáles me gustaría estar… ¿El fariseo que murmura a espaldas de Jesús? ¿El Cristo que sale al encuentro del prójimo? ¿O el pecador que busca al Maestro para oír lo que tenga para decirnos?

     A este discipulado no se entra por merito propio sino por el llamado e invitación del mismo Jesús. Se entra al discipulado cuando se responde al “¡Síganme!” y se emprende un camino que sólo se puede entender si se lo lleva a la práctica. Es lo que misteriosamente indica Pablo: “Que Cristo habite en sus corazones para que puedan comprender”. Aprovechemos este tiempo con Jesús para entregarle nuestras angustias y preocupaciones, para contarle y abrirle nuestro corazón, pero sobre todo para escuchar lo que Él tiene para decirnos, de igual forma que hicieron los pecadores que se le acercaban.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Necesidad del desprendimiento

 "Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: 'Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: -Este comenzó a edificar y no pudo terminar-. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."
(Lc 14, 25-33)


     “Junto con Jesús iba un gran gentío”... Imaginemos la situación. Pongámonos en contexto. Un Jesús que todo el tiempo sabe lo que le espera al final del camino. Y con plena libertad elige seguir caminando y entregándose a los demás. El evangelio nos presenta a un Jesús que es seguido por la gente y se muestra abierto y universal. Como lo es ahora. No hay trabas externas para llegar a Cristo. El amor de Jesús no se guarda a unos pocos. El mensaje es para todos. No importa nada más. En este amor no hay lugar para la culpa, la vergüenza, el rencor, las dudas. Este amor se muestra incondicional. Es el amor que triunfa en las debilidades de cada uno. Jesús nos habla a nosotros. No se guarda nada. Está entre nosotros.

     Al hablar sobre ser su discípulo Jesús fue claro. No hay grises en su respuesta: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo". ¿De qué nos habla? De la renuncia. La renuncia que tenemos que hacer en nuestra vida para llegar a Cristo. No existe el verdadero amor sin renuncia. Es personal. Cada uno sabe aquellas cosas que lo lastiman por dentro. Que lo mantienen atado. Que no lo dejan avanzar a un encuentro pleno con Jesús. Y Él, constantemente nos invita a dejar todo y seguirlo. Animarse a dar un paso. El encuentro con Cristo nos tiene que transformar la vida. En todo sentido. Una vez que conocemos a Jesús, y experimentamos la felicidad, contemplamos ese fuego que arde en el corazón, entonces nada puede volver a ser como antes. Pensemos cuáles son esas cosas que no nos permiten llegar a Jesús. Y pidámosle ayuda para poder ir a su encuentro y animarnos a aceptar su invitación de dejar todo y seguirlo. Pues lo que Jesús nos prepara al final del camino es mucho más grande.

     Qué lindo es transmitir a Cristo. Mostrárselo a los demás. Sin dudas es nuestra Misión. Pero aquí Jesús nos dice algo clave: “¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?” No hay que olvidarse de uno mismo. Pues para estar en armonía con lo demás, primero se tiene que estar en armonía con uno mismo. ¿Qué podemos dar a los demás si nosotros no estamos bien? Quizás nos damos a los demás sólo para tapar nuestro propio vacío. Y lo que Jesús nos pide es que lleguemos mucho más hondo. Que excavemos un poco más. Aprendamos a ir paso a paso. Pongamos orden en nuestra vida. No nos apresuremos. Y que descubramos que dentro de nuestro corazón, late otro corazón. Allí esta nuestro tesoro. Allí está Dios.

     “El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Animémonos a hacer esto. Carguemos con nuestra cruz. No intentemos escaparle. Entreguémosle toda nuestra fragilidad a Cristo. Pidámosle ayuda. Reconozcamos que somos débiles. Que solos no podemos. Que estamos corrompidos, quebrados. Y que sin Jesús no somos nada. Con Él estamos seguros. De su mano nada puede fallar. Y El está con nosotros todo el tiempo. Porque cuando nosotros clamamos. Él escucha. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. Porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes

viernes, 30 de agosto de 2013

La humildad cristiana

“Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.
(Lucas 14,1. 7-14)

     En el Evangelio de hoy, Jesús es invitado a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos. Sin embargo, la intención de la invitación lejos está de ser motivo para compartir la vida o partir el pan con el Señor, y mucho menos, de abrirse a su mensaje. Más bien, la intención del fariseo es tenerlo cerca para analizar su comportamiento, y así, encontrar algo malo para criticarle. El ambiente donde todo se lleva a cabo está lleno de hipocresía, de adulación, de falsas sonrisas. “Caretaje” diríamos hoy en día. Pero Jesús no es tonto: Él se da cuenta de esto, y como mejor sabe hacer, aprovecha la situación para sacar de ello, una enseñanza. Su mirada aguda va descubriendo, entre las personas que lo rodean, interiores egoístas que buscan el mejor lugar, el acercamiento a amigos convenientes, el ser vistos y reconocidos. La soberbia, la búsqueda de honores y la falta de fraternidad que se vivía, eran más que evidentes para Jesús.

     Como ya nos tiene acostumbrados, también hoy, Jesús busca iluminar nuestras obras mediante una parábola: “El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Pero: ¿qué significa esto? Probablemente muchos ya la hemos escuchado alguna vez, o quizás no. Pero como toda enseñanza de Jesús, no basta con haberla oído. Las parábolas no nos comunican nada si son leídas muy por encima; más bien requieren de un gran esfuerzo de nuestra parte para entender su verdadero significado. Para muchos, puede parecer que Jesús retuerce las palabras de manera que se nos hace difícil entenderlo, y hasta incluso, a veces, se nos hace muy fácil malinterpretarlas. Pero Él no encuentra una mejor manera de hacernos pensar y reflexionar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos.

     Lo que la lectura intenta transmitirnos es un claro ejemplo de humildad. No ocupes un primer puesto para destacarte, porque el primer puesto debe ocuparlo quien lo merece. La humildad, sin embargo, tampoco implica menospreciarnos a nosotros mismos. El verdadero humilde no quita valor a las cosas, sino que sabe darle su correspondiente valor a cada cosa; mientras que el soberbio, el orgulloso, el que aspira a los primeros puestos cueste lo que cueste, no tiene en cuenta a los demás, a no ser para utilizarlos en su provecho. El que es humilde es capaz de comprender y compartir los problemas del prójimo y por eso tiene una actitud de servicio con todos; mientras que el soberbio se despreocupa, y simplemente le interesa aquello que a él le favorece, aunque perjudique a muchos.

     Jesús complementa la enseñanza a los invitados con una enseñanza dedicada especialmente al anfitrión del banquete…¿Qué sacrificio tiene ayudar a quienes sé que me pueden devolver el favor? El verdadero esfuerzo está en dar a quien no podrá recompensártelo, porque es recién ahí cuando podrás estar seguro de que la recompensa vendrá del Cielo. Es muy difícil posicionarse en el último lugar de prioridades, nadie dijo que no. Es a descentrarnos de nosotros mismos, a dejar de lado por un momento lo personal y a hacernos ese espacio para pensar en lo ajeno, en lo prójimo, a lo que Jesús nos invita. No olvidándonos de lo que somos y lo que queremos, si no caeríamos en el otro extremo: el de ser “egoístas” con nosotros mismos. Como reflexionábamos hace un ratito, el verdadero humilde no le quita el valor a las cosas. El verdadero humilde le da su correspondiente valor a cada cosa. La Iglesia tiene una enseñanza y un modelo a seguir, que es Jesús. Lo suyo fue servir y dar la vida por todos, y es así como llegó a ser lo primero y lo más grande de todo. Él no ambicionó ningún poder, ni se arrogó ningún título; aún siendo el hijo de Dios. Él, no se cansó de repetir que el que quiera ser grande, se ponga a servir a todos. Por eso, es sólo gracias a que Dios nos brindó el ejemplo ideal de humildad haciéndose hombre en su hijo Jesús, que vamos a poder, nosotros mismos, aprender a ser humildes, a situar a cada uno en el puesto que le corresponde; porque el lugar más importante de todos, no es más que el que cada quien ocupa.

     Quien quiera entrar en el Reino de los Cielos, debe ser servidor de los demás. Aquel que pretenda ser el primero, que comience por actuar como el último. El que desee ser grande, pues, hágase el más pequeño de todos. Y quien realmente aspire a la humildad de corazón, no busque sino que su mano izquierda no sepa lo que la derecha hace. Porque nuestro Padre que está en el Cielo todo lo verá. Y ese Padre Nuestro, que está en el Cielo, nos lo recompensará.

viernes, 23 de agosto de 2013

Los nuevos elegidos del Reino

"Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán.
«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: `¡Señor, ábrenos!' Y os responderá: `No sé de dónde sois.' Entonces empezaréis a decir: `Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas '. Pero os volverá a decir: `No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los malhechores!'
«Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios.
«Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos»"
(Lc 13,22-30
)

     Este evangelio nos invita a meditar y a progresar en las actitudes de nuestra vida cotidiana; nos invita a “hacernos pequeños como niños”, nos invita a ser los últimos, nos invita a obrar por el prójimo, nos invita a agradecer, a no pensar en uno mismo, a sacar el egoísmo de nosotros. Y para todo esto, se necesita la presencia de Jesús en nosotros. Él nos busca y nos llama; dejémoslo entrar, que sea Él quien actúe en nosotros, y que sea su Espíritu quien nos guíe. Jesús no responde directamente a la pregunta de si son pocos los que se salvan. No alimenta fantasías y nos lleva a lo esencial. De la curiosidad a la sabiduría. No responde cuántos, sino cómo alcanzar la salvación. Él invita a no sentirnos tan seguros y a luchar, al compromiso. En la casa hay lugar para todos…pero entra el que quiere. El que lleva una vida cristiana en la Tierra, el que pudo ser la sal y la luz del mundo...

     Jesús nos muestra un camino, el que nos lleva a la vida eterna. Ese camino es Él. Nadie va al Padre sino por Él. El que elige otro camino, elige el pecado. El pecado daña la naturaleza humana y eso genera una herida en el corazón, pero siempre se puede sanar y aún así nos podemos salvar, Dios perdona todo. Nos salvamos por la Fe y por las obras. Por eso no debemos tener ni una ni otra, sino un equilibrio de las dos, porque “una Fe sin obras es una Fe muerta”. Por eso aunque seamos pecadores, si tenemos un corazón humilde y ponemos la confianza en Dios, vamos a poder pasar por esa puerta estrecha de la que nos habla el Evangelio.

      Lucas sugiere la siguiente enseñanza: tenemos que tener claro el objetivo de nuestra vida, y asumirlo decididamente como hizo Jesús. Debemos caminar. No podemos detenernos, aunque no siempre sea claro y definido por dónde pasamos. En el último día -recuerda también Jesús en el Evangelio- no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos méritos como en el Evangelio: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas". La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia. Con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el "pasaporte" que nos permitirá entrar en la vida eterna.

     El secreto para encontrar la paz en Jesús lo encontramos en una respuesta que Él da a una pregunta similar cuando dice: “Para los hombres (la salvación) es imposible pero para Dios todo es posible”. Por tanto, el secreto lo encontramos en la Fe. Nuestra salvación es don que hay que pedir con consatancia y Fe a Dios. No cabe duda que también depende de nuestras obras pero es ante todo un don de Dios. No nos cansemos de luchar, de estar atentos, de orar porque cuando menos lo pensemos, nos llegará la hora de dar cuentas.

     Jesús, el camino está claro, pero siento que me falta fuerza para realmente querer recorrer esa senda que lleva a tu Reino, cruzar esa puerta estrecha que implica negarme a mí mismo. Dame la luz para comprender que sólo hay ese camino por lo que debo convertirme en un instrumento dócil y confiado en tu voluntad. Amén.

viernes, 16 de agosto de 2013

La prioridad del Reino

"He venido a encender fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y estoy angustiado hasta que se cumpla. ¿Les parece que he venido a traer paz a la Tierra? Pues les digo que no, sino más bien división. Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres. El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra."
(Lc 12, 49-53)

"He venido a encender fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y estoy angustiado hasta que se cumpla”

     El fuego es peligroso. Pero también ilumina y calienta. El fuego que arde en el corazón de Jesús y del cual Él nos comunica es aquel que destruye el egoísmo y el orgullo de los humanos, es un fuego que purifica, libera, nos hace capaces de ayudar a los otros.
No apaguemos ese fuego; hagamos todo lo posible por conservarlo y propagarlo. Acá está el propósito de nuestra misión. El Papa dijo que “hagamos lio”, eso quiere decir que propaguemos el fuego del amor de Jesús.
     En este pasaje, Jesús nos muestra una vez más su lado humano. Jesús también se angustiaba; por eso cuando cada uno de nosotros esté triste o preocupado debe recurrir a Jesús, porque Él nos va a entender y a calmar en los momentos de desesperación.

"¿Les parece que he venido a traer paz a la Tierra? Pues les digo que no, sino más bien división." 

     Jesús se refiere aquí a les consecuencias de su llegada y de su mensaje. No todos lo aceptan porque Dios es al mismo tiempo luz que ilumina y que juzga, fuego que purifica y que destruye el mal. Sin luz no podemos caminar hacia el amor de Dios, pero con luz quedan al descubierto también todos nuestros defectos.
     Es el amor de Jesús y el elegir seguirlo lo que nos pone a prueba de si realmente estamos dispuestos a dejar todo para seguirlo. Jesús vino para cambiar nuestras vidas e inundarlas con su luz y nosotros somos los que elegimos acompañarlo. Cuando elegimos seguirlo tenemos que plantearnos nuestra vida desde otra perspectiva, debemos replantearnos nuestras actitudes, darnos cuenta de nuestros pecados y egoísmo. ¿Cómo es mi relación con Jesús?¿Realmente dejo todo para seguirlo a Él?
 
     Jesús no busca divisiones, sino que predice cómo reaccionará la gente ante las exigencias del Reino de Dios. Para muchos cristianos, seguir a Jesús suponía romper con su familia; además, ser sus discípulos no era fácil o cómodo. Todos deseamos paz, pero vivir conforme al mensaje de Jesús puede causar conflictos y atraer odio de quienes se oponen a su Evangelio.
     Queremos el amor de Jesús y su compañía pero ésto mismo nos hace tomar conciencia de nuestros comportamientos. Cuando descubrimos el amor de Jesús nos incomodamos porque a partir de ese momento es que tenemos que fijarnos y preguntarnos si nuestras actitudes se corresponden con lo que Jesús nos expresa en el Evangelio. 


     Señor, purifícame con tu fuego. Hazme un ministro de fuego. Embriágame en tu Espíritu Santo. Bautízame con el Espíritu Santo y su fuego. Que tu palabra sea predicada con fuego. Que el fuego de tu presencia se manifieste en mi vida. Que tu fuego este en mi manos para sanar a los enfermos. Que tu fuego este en mi lengua para predicar y profetizar. Que tu fuego me proteja y me cubra de mis enemigos. Que tu gloria se encienda como una hoguera ardiente de fuego en este día. Crea en esta hora un resplandor de fuego alrededor de mí que esparza llamas de fuego.

viernes, 26 de julio de 2013

Jesús enseña a orar

“Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Entonces Jesús les dijo: «Cuando oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino. Danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación’». Les dijo también: «Si uno de ustedes tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle’ y aquél, desde dentro, le responde: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos’, les aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite.» Yo les digo: «Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado le dará en su lugar una serpiente; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!».”
(Lc 11, 1-13)

      La oración era para Jesús y sus seguidores una realidad cotidiana. Por eso, cuando los discípulos le piden que les enseñe a rezar, Jesús les abre a todos las puertas a una relación familiar con Dios. Porque en la oración cristiana, Dios aparece con la intimidad de un Padre lleno de ternura y amor. Nos introduce como hijos que ansían el Reino, que lo suplican y lo construyen en esa relación nueva lejos de lo legal. Al decir: “Danos cada día nuestro pan cotidiano" Jesús nos enseña a entroncar la oración con las necesidades y anhelos más vitales y profundos: el pan, la nutrición, el alimento…porque para Él la oración está abierta a todas las dimensiones de la vida. Y al pronunciar: "Perdónanos porque también nosotros perdonamos" estamos aceptando que el Dios que Jesús nos acerca tiene cualidades y virtudes humanas y nos ayuda a descubrirnos capaces de misericordia y de perdón.

¿Qué valor otorgamos a la oración en el quehacer cotidiano? ¿Qué lugar tiene en mi día? ¿La vinculo a la oración de la Iglesia?

      La oración es imprescindible en la vida del creyente. Para que todos aprendamos a orar, Lucas nos transmite la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, pero no se trata de una fórmula que haya que repetir de memoria. El Padrenuestro resume las convicciones y deseos que deben aparecer en la oración cristiana: la invocación de Dios como Padre y una existencia invadida por el deseo de un mundo diferente. Quizá la clave está en el tema de la paternidad de Dios. En otros contextos de oración, Jesús utiliza la misma forma para dirigirse a Dios como signo de especial humildad: Abba. Es un término que la Iglesia primitiva ha recogido para dirigirse a Dios Padre, experimentado por los cristianos, no como un poder que coarta la vida, sino como el autor de nuestra libertad.

     La oración debe ser incansable, en espera de recibir de Dios su gran don: el Espíritu, que invadirá la Iglesia y el mundo a partir de Pentecostés. Pero el texto también nos presenta dos parábolas que expresan los temas de la insistencia en la oración y de su eficacia. Si un amigo -nos dice la primera- da lo que se le pide ante la insistencia del otro, con más motivo Dios actuará así con los que se dirigen a él. Igualmente -insiste la segunda parábola- la oración siempre alcanza su objetivo, el que pide recibe. Lo que se recibe no es automáticamente lo que se pide, sino el don del Espíritu, que nos permitirá afrontar las situaciones de la vida con las fuerzas de lo alto.

¿Qué pido prioritariamente y qué pedía Jesús? ¿Qué motiva la oración en mi interior y qué motivaba a Jesús? ¿En qué me centro yo, y en qué estaba centrado Jesús?

     Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti, me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo, y tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

viernes, 12 de julio de 2013

El buen samaritano

"Se levantó entonces un experto en la ley y le dijo para tenderle una trampa: «Maestro, ¿qué debo hacer para obtener la vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?»  El maestro de la ley respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Jesús le dijo: «Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.» Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos asaltantes que, después de despojarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto. Un sacerdote bajaba casualmente por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo. Igualmente, un levita que pasó por aquel lugar, al verlo, se desvió y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima. Se acercó y le vendó las heridas después de habérselas limpiado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente sacó unas monedas y se las dio al encargado, diciendo: -Cuida de él, y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso. ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?» El otro contestó: «El que tuvo compasión de él.» Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo.»"
(Lc 10, 25-37)

     El fariseo, experto en la Ley, vivía multiplicando las normas de cumplimiento obligatorio, y poniendo a prueba a todo aquel que desafiara lo que él consideraba “la verdadera religión”. Cuando las normas se multiplican es inevitable que haya conflictos entre cómo las entienden unos y cómo las entienden otros. Se hace necesario establecer prioridades, y explicar qué manda cada una. Y para eso está Jesús: Él lleva la Ley a su perfección y la limpia de la maraña de opiniones, para ir al corazón de la misma: el amor a Dios y al prójimo. Entonces, “«¿Quién es mi prójimo?»” podemos preguntarnos; lo que no implica que tengamos dudas del amor de Dios, sino que lo que no terminamos de entender del todo es a quién abarcamos con este amor. Si nos atenemos a la Ley de Moisés, sólo los familiares son próximos, y sólo hacia ellos tenemos el deber de hacerles bien. Así entendemos el “Honrarás a tu padre y a tu madre”. ¿Entonces, qué? ¿En lo que se refiere a todos los demás, más lejanos, sólo hemos de abstenernos de hacerles mal? ¿Con la exigencia del respeto bastaría? ¡Muchas veces a nosotros también nos conviene preguntarle a Jesús quién es mi prójimo para no tomar la responsabilidad de amarlo como corresponde!
     En su respuesta al fariseo, sin embargo, Jesús pone como ejemplo de prójimo, “próximo” y cercano, a quien era para los judíos prototipo del extraño, del extranjero y enemigo, merecedor sólo de odio y desprecio: un samaritano. Es, entonces de esta manera paradójica y provocativa que Jesús amplía el círculo de los próximos, de los familiares y hermanos a todos los hombres y mujeres.

     En Jesús entendemos que no hay contradicción alguna entre amor a Dios y amor al prójimo, sino que los dos preceptos son dimensiones de un único mandamiento principal. Cuando nos acercamos a los demás haciéndonos prójimos suyos, brindándoles nuestra ayuda y tratando de hacerles bien, estamos haciendo próximo a Dios, encarnando y visibilizando al amor mismo. Pero no olvidemos que esto nos es posible porque Dios se nos acercó primero a través de su Hijo, y de él aprendimos a amar. Y aunque todo esto puede sonar obvio a los oídos de un cristiano comprometido, no nos olvidemos que todos tenemos un “prójimo” que nos cuesta ayudar, y que sentimos que no podemos igual que como podemos con el resto. Y muchas veces, el prójimo más difícil de hacer próximo puede que sea aquel que en algún momento lo fue y hoy, ya no lo es. Alguien que no nos ayudó en ese momento en el que los asaltantes nos agarraron. O incluso, alguien que nos asaltó y nos golpeó casi dejándonos muertos. Pero aquí volvemos a la enseñanza de Jesús: “«¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?» El otro contestó: «El que tuvo compasión de él.» Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo.»”

     El camino que lleva al templo, no es el camino directo del sacerdote y el levita que para llegar a tiempo evitan el encuentro con el necesitado. Al contrario, esa atención que clama el que sufre, se convierte en nuestro atajo a la vida eterna. Pero no basta con ser sensible y sentir compasión si no se está dispuesto a actuar. Y de qué sino de esto se trata la vida: de nada vale llegar rápido si al hacerlo, lo hacemos solos, y sin nadie que nos espere al final del camino. Qué mejor que demorarnos para cargar a ese otro que no puede seguir caminando solo. Capaz no sea nuestra mejor carrera, pero es que tampoco nadie dijo que lo sería; de nada sirve “ganarla” si en nuestro afán dejamos atrás nuestro, a alguien caído.
     Con cada enseñanza, Jesús nos muestra que lo que nosotros quizás creíamos estar haciendo bien, tiene una mejor manera de hacerse. ¿Quién diría que alguien al pasar le regalaría tanta dedicación y tiempo a un desconocido? Pero no sólo Jesús nos contradice, sino que con esto nos redobla la apuesta. No sólo pide que amemos, sino que lo hagamos como él lo hizo, y como nosotros lo haríamos con nosotros mismos. “«Cuida de él, y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso»”: una frase más que ilustrativa para referirse a la vida eterna. Mientras vivamos, nuestras fuerzas y energías deben estar centradas en el amor al prójimo, que es lo que Él nos manda. Ya llegará el día en que veamos la recompensa y podamos disfrutar, sin remordimientos, de la manera en que hemos vivido aquí abajo.


     Señor, ayúdame a ser el buen samaritano con quienes están a mi lado. Que no elija yo a quién ayudar, sino vos. Que la falta de tiempo no me detenga, sino que me impulse a hacer un mejor provecho del que ya tengo. Que no priorice el “a quién, cómo y cuándo”, sino tan sólo el ayudar. Enséñame a ser buen prójimo, Señor; para que mis ojos no evadan, mis piernas no se detengan, mis manos no queden quietas, ni mi fe flaquee a la hora de acercarme y dar. Acompáñame a entender que predicar tu amor a todo el mundo es la única manera de vivir eternamente junto a Ti. Y así, quizás, mañana, el mundo aprenda tanto de vos como de mí, que la recompensa será aún mayor que todo nuestro cansancio por obtenerla.