viernes, 13 de septiembre de 2013

La Misericordia de Dios

"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: 'Éste acoge a los pecadores y come con ellos'. Entonces les dijo esta parábola: '¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: -Alégrense conmigo, porque he hallado a la oveja que se me había perdido-. Les digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. O, ¿qué mujer que tiene diez monedas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: -Alégrense conmigo, porque he hallado a la moneda que había perdido-. Del mismo modo, les digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”
(Lc 15, 1-10)

      En el evangelio nos encontramos con una situación muy clara: mientras Jesús se encuentra reunido con los publicanos y pecadores, esas personas que estaban mal vistas por la sociedad, los fariseos y escribas, que son aquellos que conocían y cumplían la ley, murmuraban y se alborotaban al ver lo que Jesús hacía. Los sobrepasaba semejante situación, los escandalizaba ver que éste que se hace llamar el Mesías, se junta con esos que son “impuros”, los pecadores.
     Otra vez, vemos como a Jesús no le preocupa ni tiene miedo de ir contracorriente, no le importa lo que puedan llegar a decir o pensar de Él estos hombres que a fin de cuenta, no terminaban de entender quién era Él, a qué había venido…no entendían que Él no estaba para asistir al justo, sino al pecador, al perdido, al descarriado.

     Esto que hizo Jesús, también es a lo que nos llama como discípulos suyos. Nos invita al encuentro fraterno con nuestro prójimo, especialmente con los enfermos y marginados, que podamos mirarlos a los ojos y reconocer en ellos la mirada dulce y sufriente de Cristo. Quizás nos cueste, quizás no sea el camino fácil, pero no hay que olvidar que el discipulado no consiste sólo en aprender, sino también en seguir al Maestro, y sobre todo implica haber tomado un compromiso definitivo e integral de transformación, de cambio, de conversión.
     Pensemos entonces en qué rol me siento más identificado, en cuáles he estado alguna vez y en cuáles me gustaría estar… ¿El fariseo que murmura a espaldas de Jesús? ¿El Cristo que sale al encuentro del prójimo? ¿O el pecador que busca al Maestro para oír lo que tenga para decirnos?

     A este discipulado no se entra por merito propio sino por el llamado e invitación del mismo Jesús. Se entra al discipulado cuando se responde al “¡Síganme!” y se emprende un camino que sólo se puede entender si se lo lleva a la práctica. Es lo que misteriosamente indica Pablo: “Que Cristo habite en sus corazones para que puedan comprender”. Aprovechemos este tiempo con Jesús para entregarle nuestras angustias y preocupaciones, para contarle y abrirle nuestro corazón, pero sobre todo para escuchar lo que Él tiene para decirnos, de igual forma que hicieron los pecadores que se le acercaban.