viernes, 28 de junio de 2013

Condiciones para seguir a Jesús

"Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?. Pero Jesús se volvió y los reprendió. Y continuaron el camino hacia otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le contestó: Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza. Jesús dijo a otro: Sígueme. Él contestó: Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, vé a anunciar el Reino de Dios. Otro le dijo: Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia. Jesús le contestó: El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios."
(Lc 9, 51-62)


     Otra vez se da un encuentro entre Jesús y un pueblo Samaritano. Un pueblo que vive fuera de la ley de Dios; un pueblo que le da la espalda. Pero antes de hacer cualquier juicio a este pueblo tendríamos que pensar y reflexionar: ¿Cuántas de nuestras debilidades, tentaciones, dudas, enojos habitan allí? Es decir, en algún momento, la entrada de Jesús a nuestra vida no fue fácil, ¿no? Y Jesús pasa, y se quiere alojar en este pueblo y manda a sus discípulos a que preparen al pueblo para su venida. Sin embargo, la gente que habitaba allí lo rechaza. ¿Cuán identificados podemos sentirnos nosotros, los hombres, con esta actitud? Cuando escuchamos esta lectura, a veces pasamos por alto este pueblo que no deja entrar a Jesús. O tenemos distintos sentimientos. Nos da lástima por ellos. O nos horrorizamos. ¿Acaso no hemos sido iguales a ellos en algún momento de nuestra vida? Jesús quiere alojarse en nuestra casa, en nuestro corazón. Hagamos silencio y revisemos para adentro, y encontremos esos momentos, esas fragilidades que habitan en lo más profundo; nuestros dolores, nuestras culpas, nuestras vergüenzas. Entonces miremos a Jesús en aquel altar, y entreguémoslo todo a Él, que todo perdona. Que todo sana. Sólo Dios basta. 

     Ahora intentemos ponernos en los pies de Santiago y de Juan. Una actitud humana en su estado más puro. Ofrecen hacer daño a este pueblo que libremente eligió vivir al margen de Cristo. No aceptan a los que piensan distinto a ellos. Los descalifican. Ese rechazo, esa bronca quizás el es primer sentimiento que nos surge. Entonces Jesús los reprende. Pues esta actitud, por más humana que fuere, no es lo que Jesús nos enseñó. No es lo que quiere para nosotros. Nos regala la libertad de poder rechazarlo. Pero también de poder elegirlo, libremente, sin imposición alguna. Y cuando alguien le hace mal, no repara en venganzas. Sino que nos habla de poner la otra mejilla, de seguir caminando, pero por sobre todo, de amar a nuestros enemigos, pues si amamos sólo a los que nos aman, entonces ¿qué mérito tenemos? Jesús sigue su camino. Pues nada lo detiene. Nada puede detener el mensaje de amor que Él transmite. 

     Alguien se le acerca a Jesús y le dice: "Maestro, te seguiré adondequiera que vayas", y Jesús le responde: "Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza". A veces pasamos tanto tiempo pensando en nosotros y en lo banal del mundo que nos rodea. Cosas superficiales, materiales. Vivimos ciegos, sumergidos en un mundo de consumo. ¿Qué más podemos tener? ¿Qué más podemos comprar? Nada parece llenarnos. Y entonces nos damos cuenta que vivimos atados. Atados a cosas sin sentido, a cosas que sólo disfrazan nuestro vacío interior. A cosas que nos dan una alegría pasajera, momentánea, pero que no nos hace feliz...“el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza".

     Lo que Jesús nos propone es torcer nuestra realidad. Ir contra la corriente. Y desprendernos de eso que nos ata, de todas las cosas que no nos dejan seguirlo, materiales o no. Pues sólo en el podemos descansar. Y Él está dispuesto. Quiere que vayamos e Él, y que vayamos con todo lo que tenemos. Con todas nuestras miserias, para que Él pueda cargar con todo eso, tal como carga todos nuestros pecados en aquella cruz. Ojalá nos demos cuenta que sólo en Él, tenemos un lugar donde recostar nuestra cabeza.

     Por último, tenemos a este Jesús que dice “Sígueme”. Simplemente eso. Y es muy amplio y profundo el significado de esa palabra. Cuando escuchamos este llamado, empezamos a pensar en cosas que tenemos que hacer antes de seguirlo. Nuestra lista de pendientes. Y nos quedamos con la imagen de un Jesús insensible, que no deja velar a un padre difunto. Pero eso no es lo que nos quiere decir. Esta lectura nos habla de un Jesús que pasa por nuestra vida constantemente. Y nosotros no siempre estamos listos cuando Él nos llama No siempre tenemos las valijas hechas para emprender ese viaje. Pero no nos debemos detener en eso. No es lo importante. ¿Qué importa todo lo demás que nos perdamos, si vamos en busca de lo más grande? Porque Jesús nos pide que lo sigamos ahora. No hay nada más importante que hacer. Este es el momento. Hoy. Ahora. Y animarse y decir que si cuesta. No es fácil. Nadie dijo que lo es. Implica desprendernos de todo, incluso de algo que nos duele, como lo plantea la lectura. Pero lo que Jesús tiene preparado es algo mucho más grande de lo que nosotros podemos imaginar. Y la decisión es solamente nuestra.

viernes, 21 de junio de 2013

Declaración de Pedro

"Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará." (Lc 9, 18-24)

     Lo primero que vemos es que, ni bien empieza el relato, Jesús se encuentra orando. Y es que Él antes de cualquier acontecimiento importante se dedica a tener un momento de diálogo con su Padre: así como lo hizo cuando Juan lo bautiza, o antes de elegir a sus Apóstoles, antes de la transfiguración y especialmente antes del momento de la cruz. Tomémonos también nosotros entonces un rato para encontrarnos con nuestro Padre, para contarle nuestra semana, para agradecerle, pedirle, hablarle de estas cosas que son importantes para nosotros. Intentemos también escucharlo. 

Él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».

     Jesús les pregunta a los discípulos ¿Quién dice la gente que soy yo? y crea entonces una catarata de respuestas: comparaciones con Juan el Bautista, comparaciones con Elías y con muchos otros profetas. Sin duda en su momento todas las respuestas llevan distintos halagos importantes, ganados probablemente con su predicación y milagros. Pero ninguna de todas las respuestas descubre en realidad la trascendencia de la persona de Jesús. Recién Pedro, con su torpeza, en una respuesta apresurada puede decir "tú eres el mesías de Dios". Incluye en Jesús no solo su figura de profeta, sino también su condición de Hijo de Dios y las esperanzas de salvador y Mesías. Podemos tomarnos un rato para contestarle a Jesús esta pregunta: ustedes ¿quién dicen que soy yo? 

«El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.

     Ni bien Pedro lo reconoce como Mesías, Jesús hace esta aclaración. No es un Mesías que viva en la riqueza, con comodidades, en el que el sufrimiento va a terminar, ni que se escapa del dolor. Jesús conoce bien su camino y propone el mismo para el que lo quiera seguir: renunciar a sí mismo, cargar con la cruz de cada día y seguirlo. Y podemos pensar entonces que quiere decir para mí renunciar a mí mismo, cuál es la cruz con la que tengo que cargar y que implica seguirlo. 
  
    Oh Jesús, ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya. Inunda mi alma de tu espíritu y vida. Penétrame y aduéñate tan por completo de mí, que toda mi vida sea una irradiación de la tuya. Ilumina por mi medio y de tal manera toma posesión de mí, que cada alma con la que yo entre en contacto pueda sentir tu presencia en mi alma. Que al verme no me vea a mí, sino a Tí en mí. Permanece en mí. Así resplandeceré con tu mismo resplandor, y que mi resplandor sirva de luz para los demás. Mi luz toda de Tí vendrá, Jesús: ni el más leve rayo será mío. Será Tú el que iluminarás a otros por mi medio. Sugiéreme la alabanza que más te agrada, iluminando a otros a mi alrededor. Que no te pregono con palabras sino con mi ejemplo, con el influjo de lo que yo lleve a cabo, con el destello visible del amor, que mi corazón saca de Tí. ¡Amén!

viernes, 7 de junio de 2013

Jesús resucita al hijo de una viuda en Naín

“A continuación, Jesús se fue a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo. El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores más. Y acercándose, tocó el ataúd. Quienes lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo: -Muchacho, a tí te digo: levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar; y Jesús se lo entregó a su madre. El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo. La noticia se propagó entre todos los judíos y por toda aquella región.”
(Lc 7, 11-17)
 

     En la lectura además de la acción de Jesús cobran gran importancia las emociones de la madre y la reacción de los que la acompañaban. Jesús comunica vida porque se conmueve ante el padecimiento humano y pone todo su poder para remediarlo, sin quedarse sólo en la piedad. ¿Sentimos la misericordia de Dios? ¿En qué acciones? 

     “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: ¡No llores más!" Es la compasión que lleva a Jesús a hablar y a actuar. Compasión significa “sufrir con”, asumir el dolor de la otra persona, identificarse con ella, sentir con ella el dolor. Es la compasión que acciona en Jesús el poder. Compasión y acción van de la mano: fue la compasión lo que llevó a Jesús a resucitar el hijo de la viuda. ¿El sufrimiento de los demás, produce en nosotros la misma compasión? ¿Qué hago para ayudar al otro a vencer el dolor y crear vida nueva?

     “El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo. La noticia se propagó entre todos los judíos y por toda aquella región”. Es el profeta que fue anunciado por Moisés. El Dios que nos vino a visitar es el Padre de los huérfanos y de las viudas. ¿Percibo todas las visitas que Dios hace en mi vida y en la vida de los demás? 

"A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota." 

     Muchas veces no podemos remediar el dolor de otro pero sí podemos aminorarlo. Compartiendo su dolor y transmitiendo el amor de nuestro Padre. Hay que aprender a ponerse en los zapatos de los demás; aprender a compartir la tristeza ajena para hacer más ligera la carga con la que muchos de los que nos rodean, caminan. Buscá el apoyo de otros para, juntos, socorrer a quien sufre. Acompaña a los pobres en su sufrimiento y verás como éste, puede soportarse más fácilmente. 

     Señor, hazme instrumento de tu paz; donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga yo perdón donde haya discordia, ponga yo unión, donde haya error, ponga yo verdad, donde haya desesperación, ponga yo esperanza, donde haya tristeza, ponga yo alegría. Haz que busque: consolar, no ser consolado, compadecer, no ser compadecido, amar, no ser amado. Porque es olvidándose, como uno encuentra; es perdonando, como uno es perdonado; es dando, como uno recibe; es muriendo, como uno resucita a la vida.