viernes, 27 de diciembre de 2013

La luz del Evangelio

"Por eso, investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no nos desanimamos y nunca hemos callado nada por vergüenza, ni hemos procedido con astucia o falsificando la Palabra de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús. Porque el mismo Dios que dijo: 'Brille la luz en medio de las tinieblas', es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo."
(2 Cor 4, 1-6)
     Nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con Él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: "para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios".
 
     No nos desanimamos y nunca hemos callado. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores. Llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz.

     Pablo, hablando a los Corintios, usa precisamente estas dos imágenes. Por una parte dice: "Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos". La palabra recibida se convierte en respuesta, confesión y, de este modo, resuena para los otros, invitándolos a creer. Por otra parte, San Pablo se refiere también a la luz: "Reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen". Es una luz que se refleja de rostro en rostro, como Moisés reflejaba la gloria de Dios después de haber hablado con Él: "Dios ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo".

     La luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos, y así se difunde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar en esta visión y reflejar a otros su luz; igual que en la liturgia pascual, la luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos plantamos una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos. Jesús nos llama todos los días a misionar, a transmitir su palabra y su amor: en casa, en el colegio, en la facultad, en el trabajo. No podemos callarnos, no podemos guardárnoslo para nosotros. Tenemos que estar preparados para compartirlo. 
 
     Señor, cuando nos mandas a sembrar, rebosan nuestras manos de riqueza; tu Palabra nos llena de alegría cuando la echamos en tierra abierta. Señor, cuando nos mandas a sembrar, sentimos en el alma la pobreza; lanzamos la semilla que nos diste y esperamos inciertos la cosecha. Y nos parece que es muy poco el grano para la inmensidad de nuestras tierras. Y nos aplasta la desproporción de tú mandato frente a nuestras fuerzas. Pero la Fe, nos hace comprender que estás a nuestro lado en la tarea. Y avanzamos sembrando por la noche, y por la niebla matinal somos profetas, pobres, pero confiados en que Tú nos usas como humildes herramientas. Amén

viernes, 6 de diciembre de 2013

Predicación de Juan el Bautista

"En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 'Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca'. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: 'Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible'."
(Mt 3,1-12)

"Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca"

     El Evangelio nos prepara para la venida del Mesáas. Nos prepara para la llegada de Jesús a nuestras vidas. A nuestro corazón.Quien prepara el terreno es Juan. Tiene una misión fundamental. Juan no se guarda el amor de Jesús para sí. Sino que lo comparte con los demás. Él transmite y anuncia la llegada de Jesús. Y lo hace desde la humildad y la sencillez, a través de las acciones y sacramentos. Él entendió el amor de Jesús.Cuánto tenemos nosotros que aprender de Juan el Bautista.

“Produzcan el fruto de una sincera conversión…”

     La verdadera conversión no consiste sólo en simples ritos religiosos, sino en una transformación profunda de la persona, que pasa de la indocilidad a Dios, a una obediencia sincera a Él en todas las cosas, tanto en las más importantes de la vida como en las más pequeñas. Ser verdaderamente dóciles a Dios con amor: ésa es la verdadera conversión.
     Juan también es severo con los pecadores. Venían a él muchos fariseos y saduceos para que los bautizara. Tienen fama de ser gente de bien; pero Juan los reprende con fuerza: “raza de víboras”.

     El profeta lee en sus corazones y ve que, en realidad, su amor por el señor no es sincero. Y no es lo suficientemente grande para dejarse moldear por Él. Pidamos al Señor la docilidad del corazón. Para que no seamos como los fariseos y saduceos. Para que Jesús sea quien nos guie en la vida, y nos permita descubrir la alegría de esta buena noticia que Juan anuncia. Ofrezcamos al señor todas nuestras miserias para que sea Él quien nos transforme. Dejémonos transformar por Cristo. Él hace nueva todas las cosas.