viernes, 27 de septiembre de 2013

El rico y Lázaro

"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío', respondió Abraham, 'recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham', insistió el rico. 'Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'." 
(Lc 16, 19-31)

     Jesús nos presenta a Lázaro, un pobre, herido y necesitado; y nos presenta a otro hombre, un hombre rico, que se viste bien y se da lujos, pero que ni siquiera es tan importante como para recordar el nombre. La parábola nos cuenta que el pobre llega junto a Abraham luego de su muerte mientras que el rico es atormentado por las llamas.  
     En una homilía sobre este pasaje San Agustín comienza su predica diciendo: “He aquí la fe de la que se ríen los malvados y los incrédulos: nosotros decimos que después de la presente vida hay otra”. Y nos incita entonces a pensar cómo vivió su vida este hombre rico. Y a la luz de esta parábola pensar cómo estamos viviendo nuestra vida.

     El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen". "No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán". Pero Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán".

     El final de esta parábola nos invita a replantear nuestra fe. El hombre rico no es una mala persona, alguien cruel, simplemente pasó toda su vida sin reconocer a su prójimo necesitado. No pudo conocer tampoco entonces el Amor de Dios, no pudo saber lo que significa la Caridad, la Misericordia. Al no encontrarse con su hermano, no pudo encontrarse tampoco con su Dios. Y sospecha que tampoco lo podrán hacer sus familiares. Y pide un acto sobre natural, la visita de un resucitado. Hoy a nosotros también nos invita Jesús a reconocer a Dios en nuestro prójimo. Con una ventaja, este acto sobrenatural, esta visita de un resucitado ya la tuvimos.


    ¡Oh, Santísimo Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido; concededme desear ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir perfectamente en alabanza, y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada. Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; concededme que conozca lo que de mí queréis y que lo cumpla corno es menester y conviene a mi alma. Dadme, oh Señor Dios mío, que no desfallezca entre las prosperidades y adversidades, para que ni en aquellas me ensalce, ni en éstas me abata. De ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a Vos o aparta de Vos. Otorgadme, oh Señor Dios mío, entendimiento que os conozca, diligencia que os busque, sabiduría que os halle, comportamiento que os agrade, perseverancia que confiadamente os espere, y esperanza que, finalmente, os abrace. Dadme que me aflija con vuestras penas aquí por la penitencia, y en el camino de mi vida use de vuestros beneficios por gracia, y en la patria goce de vuestras alegrías por gloria. Señor que vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Parábola del mayordomo infiel

"Decía también a los discípulos: 'Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: -¿Qué es lo que han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más este puesto-. El administrador pensó entonces: -¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!-. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: -¿Cuánto le debes a mi señor?-. "Veintes barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: -Toma tu recibo, siéntate enseguida, y anota diez-. Después preguntó a otro: -Y tú, ¿cuántos debes?. "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: -Toma tu recibo y anota trescientos-. Y el señor alabó a éste administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.' Pero yo les digo: 'Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes"
(Lc 16, 1-13) 

     En el evangelio de hoy, un hombre rico despide a su administrador por no haber hecho bien su trabajo. El hombre al ser despedido se angustia por su futuro. ¿Qué va a ser de su vida al salir de la casa del hombre rico?


¿Estoy preocupado por mi futuro? ¿Me preocupo más por el futuro que por el día a día? ¿Siempre queremos tener el control sobre las cosas que pasan?

     Al hombre despedido se le ocurre una idea para tener su futuro asegurado: llama a los deudores del jefe y les hace una rebaja considerable en las deudas que ellos tenían con el hombre rico. Estos deudores están agradecidos con el hombre despedido pero no saben que en realidad estaba engañando a su jefe.
     El jefe del hombre despedido al darse cuenta de que éste le fue infiel, lo alaba. Pero no está alabando la deshonestidad que su empleado tuvo para con él, sino la sagacidad utilizada para prepararse un buen futuro aún habiendo quedado sin empleo.
     El hombre despedido, buscó tener amigos en el futuro que le dieran premios por su amistad. Los hijos de este mundo utilizan toda su inteligencia para conseguir sus deseos mundanos, mientras que los hijos de Dios son descuidados en hacer provisión para obtener premios y recompensas en el estado eterno. 


¿Qué pasaría si todo el tiempo que estamos juzgando a los demás o criticándolos lo dedicáramos a ayudar al prójimo? 

     Si nosotros no somos fieles con las cosas materiales que nos da Jesús -si no las usamos para agrandar el reino de Dios- sino que las malgastamos para agrandar nuestro ego, tampoco vamos a ser fieles al usar de manera productiva los dones que nos da Dios.
     
"Si pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios."

     Jesús muestra cómo la gente pone todo su empeño en ganar dinero, para acumular, para ser ricos; pero Él, quiere que los cristianos pongamos todo nuestro interés en vivir como Él y en dar su testimonio. “Gánense amigos con los bienes de este mundo.” Mientras vivimos en este mundo, hagamos todo lo posible por conseguir los bienes que se agotan, los que perduran para siempre. Hay que aprovechar el tiempo con toda intensidad, para llenarse de buenas obras y ser recibidos por el Padre. El mensaje de Jesús nos obliga a replantearnos nuestra vida. El Evangelio y el compromiso de vivirlo abarca toda la vida del cristiano: valores, actitudes, sentimientos y obras. Depende de nosotros ponerlo en práctica.

      Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a Ti. Que no desee otra cosa sino a Ti, y que todo lo haga siempre por Ti. Que me humille y que te exalte a Ti. Que no piense nada más que en Ti, y que acepte todo como venido de Ti. Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti. Que siempre elija seguirte a Ti. Que huya de mí y me refugie en Ti, y que merezca ser protegido por Ti. Que sea contado entre los elegidos por Ti. y ponga toda mi confianza en Ti. Y que obedezca a otros por amor a Ti. Que quiera ser pobre por amor a Ti. Concédeme la gracia de gozar para siempre de Ti. Amén.

viernes, 13 de septiembre de 2013

La Misericordia de Dios

"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: 'Éste acoge a los pecadores y come con ellos'. Entonces les dijo esta parábola: '¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: -Alégrense conmigo, porque he hallado a la oveja que se me había perdido-. Les digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. O, ¿qué mujer que tiene diez monedas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: -Alégrense conmigo, porque he hallado a la moneda que había perdido-. Del mismo modo, les digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”
(Lc 15, 1-10)

      En el evangelio nos encontramos con una situación muy clara: mientras Jesús se encuentra reunido con los publicanos y pecadores, esas personas que estaban mal vistas por la sociedad, los fariseos y escribas, que son aquellos que conocían y cumplían la ley, murmuraban y se alborotaban al ver lo que Jesús hacía. Los sobrepasaba semejante situación, los escandalizaba ver que éste que se hace llamar el Mesías, se junta con esos que son “impuros”, los pecadores.
     Otra vez, vemos como a Jesús no le preocupa ni tiene miedo de ir contracorriente, no le importa lo que puedan llegar a decir o pensar de Él estos hombres que a fin de cuenta, no terminaban de entender quién era Él, a qué había venido…no entendían que Él no estaba para asistir al justo, sino al pecador, al perdido, al descarriado.

     Esto que hizo Jesús, también es a lo que nos llama como discípulos suyos. Nos invita al encuentro fraterno con nuestro prójimo, especialmente con los enfermos y marginados, que podamos mirarlos a los ojos y reconocer en ellos la mirada dulce y sufriente de Cristo. Quizás nos cueste, quizás no sea el camino fácil, pero no hay que olvidar que el discipulado no consiste sólo en aprender, sino también en seguir al Maestro, y sobre todo implica haber tomado un compromiso definitivo e integral de transformación, de cambio, de conversión.
     Pensemos entonces en qué rol me siento más identificado, en cuáles he estado alguna vez y en cuáles me gustaría estar… ¿El fariseo que murmura a espaldas de Jesús? ¿El Cristo que sale al encuentro del prójimo? ¿O el pecador que busca al Maestro para oír lo que tenga para decirnos?

     A este discipulado no se entra por merito propio sino por el llamado e invitación del mismo Jesús. Se entra al discipulado cuando se responde al “¡Síganme!” y se emprende un camino que sólo se puede entender si se lo lleva a la práctica. Es lo que misteriosamente indica Pablo: “Que Cristo habite en sus corazones para que puedan comprender”. Aprovechemos este tiempo con Jesús para entregarle nuestras angustias y preocupaciones, para contarle y abrirle nuestro corazón, pero sobre todo para escuchar lo que Él tiene para decirnos, de igual forma que hicieron los pecadores que se le acercaban.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Necesidad del desprendimiento

 "Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: 'Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: -Este comenzó a edificar y no pudo terminar-. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."
(Lc 14, 25-33)


     “Junto con Jesús iba un gran gentío”... Imaginemos la situación. Pongámonos en contexto. Un Jesús que todo el tiempo sabe lo que le espera al final del camino. Y con plena libertad elige seguir caminando y entregándose a los demás. El evangelio nos presenta a un Jesús que es seguido por la gente y se muestra abierto y universal. Como lo es ahora. No hay trabas externas para llegar a Cristo. El amor de Jesús no se guarda a unos pocos. El mensaje es para todos. No importa nada más. En este amor no hay lugar para la culpa, la vergüenza, el rencor, las dudas. Este amor se muestra incondicional. Es el amor que triunfa en las debilidades de cada uno. Jesús nos habla a nosotros. No se guarda nada. Está entre nosotros.

     Al hablar sobre ser su discípulo Jesús fue claro. No hay grises en su respuesta: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo". ¿De qué nos habla? De la renuncia. La renuncia que tenemos que hacer en nuestra vida para llegar a Cristo. No existe el verdadero amor sin renuncia. Es personal. Cada uno sabe aquellas cosas que lo lastiman por dentro. Que lo mantienen atado. Que no lo dejan avanzar a un encuentro pleno con Jesús. Y Él, constantemente nos invita a dejar todo y seguirlo. Animarse a dar un paso. El encuentro con Cristo nos tiene que transformar la vida. En todo sentido. Una vez que conocemos a Jesús, y experimentamos la felicidad, contemplamos ese fuego que arde en el corazón, entonces nada puede volver a ser como antes. Pensemos cuáles son esas cosas que no nos permiten llegar a Jesús. Y pidámosle ayuda para poder ir a su encuentro y animarnos a aceptar su invitación de dejar todo y seguirlo. Pues lo que Jesús nos prepara al final del camino es mucho más grande.

     Qué lindo es transmitir a Cristo. Mostrárselo a los demás. Sin dudas es nuestra Misión. Pero aquí Jesús nos dice algo clave: “¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?” No hay que olvidarse de uno mismo. Pues para estar en armonía con lo demás, primero se tiene que estar en armonía con uno mismo. ¿Qué podemos dar a los demás si nosotros no estamos bien? Quizás nos damos a los demás sólo para tapar nuestro propio vacío. Y lo que Jesús nos pide es que lleguemos mucho más hondo. Que excavemos un poco más. Aprendamos a ir paso a paso. Pongamos orden en nuestra vida. No nos apresuremos. Y que descubramos que dentro de nuestro corazón, late otro corazón. Allí esta nuestro tesoro. Allí está Dios.

     “El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Animémonos a hacer esto. Carguemos con nuestra cruz. No intentemos escaparle. Entreguémosle toda nuestra fragilidad a Cristo. Pidámosle ayuda. Reconozcamos que somos débiles. Que solos no podemos. Que estamos corrompidos, quebrados. Y que sin Jesús no somos nada. Con Él estamos seguros. De su mano nada puede fallar. Y El está con nosotros todo el tiempo. Porque cuando nosotros clamamos. Él escucha. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. Porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes