viernes, 19 de abril de 2013

Los judíos rechazan a Jesús

“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, nadie puede arrebatármelas. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatármelas. El Padre y yo somos uno.” (Jn 10, 27-30)

     Este relato se desarrolla en plena confrontación con los dirigentes judíos, quienes le exigen a Jesús que les diga si Él es el Mesías. Jesús, se niega a contestar. Sin embargo, elige recurrir a la metáfora del ya conocido buen pastor. Sus ovejas escuchan su voz; Él las conoce y ellas, lo siguen.

     Ser pastor era un trabajo exigente; las ovejas son seres indefensos que necesitan permanente protección, e incluso que las sanen cuando algo les ocurre. Esto, sin embargo, era mejor comprendido hace 2000 años, en un entorno rural, donde todos estaban muy acostumbrados a ver rebaños de ovejas pastando en las suaves colinas, bajo la atenta mirada del pastor, que conocía el estado de cada una de sus ovejas y atendía a sus necesidades con total cuidado. Los pastores dejaban su casa, a veces hasta por muchos días, para llevar a sus ovejas a pastos más verdes. Cada pastor tiene una conexión muy íntima con su rebaño, que hace que las ovejas reconozcan su voz en caso de perderse y que Él las llame.

   A pesar del tiempo transcurrido, podemos adecuar la metáfora a nuestros días e interpretar esa imagen de pastor cuidadoso como la de Jesús, que nos protege permanentemente. Un Jesús que desde antes de nacer, ya nos conocía y nos amaba. Un Jesús que sabe nuestro nombre y por él, nos llama. Un Jesús que nos cuida y busca mantenernos unidos, sembrando entre nosotros, el amor que Él mismo nos mostró. Un Jesús que siente al instante la falta de uno de nosotros, y sale desesperado a nuestro encuentro. Ahora bien, si para nuestro Padre el trabajo de pastor es exigente, cuánto más nos costará a nosotros, los hombres, cumplir nuestro rol de ovejas.

   Nosotros somos fruto del amor de Dios, y por la muerte y resurrección de Jesús, es que hoy podemos sabernos protegidos. No es, entonces, por una distracción del pastor que a veces nos perdemos y nos alejamos. Sino más bien una falta de confianza nuestra en quien nos cuida. Lo más importante para Jesús somos nosotros: el rebaño que el Padre le ha entregado y que Él, alegremente, cuida. El Padre está presente y se manifiesta en Jesús, y es a través de Él, que cumple su misión. Pero no nos olvidemos que también nos llama a nosotros a seguir con este mandato, y cuidar del resto de nuestros hermanos mientras Él busca a la oveja perdida.


     En busca de hierbas más frescas y dulces yo corrí del rebaño, y dejé atrás al pastor. Ya se hizo de noche, y está oscura mi alma. Me acechan las fieras y sombras del terror. Pero el pastor me vio partir, y por una sola oveja se decidió a venir. Él me alzó cuando yo caí, y a pesar de mis heridas, siempre supe que estando en sus hombros, soy feliz.