“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les
doy vida eterna y no perecerán jamás, nadie puede arrebatármelas. Mi Padre, que
me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatármelas. El Padre y
yo somos uno.” (Jn 10, 27-30)
Este relato se desarrolla en plena confrontación con los dirigentes
judíos, quienes le exigen a Jesús que les diga si Él es el Mesías. Jesús, se
niega a contestar. Sin embargo, elige recurrir a la metáfora del ya conocido
buen pastor. Sus ovejas escuchan su voz; Él las conoce y ellas, lo siguen.
Ser pastor era un trabajo exigente; las ovejas son seres indefensos que
necesitan permanente protección, e incluso que las sanen cuando algo les
ocurre. Esto, sin embargo, era mejor comprendido hace 2000 años, en un entorno
rural, donde todos estaban muy acostumbrados a ver rebaños de ovejas pastando
en las suaves colinas, bajo la atenta mirada del pastor, que conocía el estado
de cada una de sus ovejas y atendía a sus necesidades con total cuidado. Los pastores dejaban su casa, a veces hasta por muchos días, para llevar
a sus ovejas a pastos más verdes. Cada pastor tiene una conexión muy íntima con
su rebaño, que hace que las ovejas reconozcan su voz en caso de perderse y que
Él las llame.
A pesar del tiempo transcurrido, podemos adecuar la metáfora a nuestros
días e interpretar esa imagen de pastor cuidadoso como la de Jesús, que nos
protege permanentemente. Un Jesús que desde antes de nacer, ya nos conocía y
nos amaba. Un Jesús que sabe nuestro nombre y por él, nos llama. Un Jesús que
nos cuida y busca mantenernos unidos, sembrando entre nosotros, el amor que Él
mismo nos mostró. Un Jesús que siente al instante la falta de uno de nosotros,
y sale desesperado a nuestro encuentro. Ahora bien, si para nuestro Padre el trabajo de pastor es exigente,
cuánto más nos costará a nosotros, los hombres, cumplir nuestro rol de ovejas.
Nosotros somos fruto del amor de Dios, y por la muerte y resurrección de
Jesús, es que hoy podemos sabernos protegidos. No es, entonces, por una distracción
del pastor que a veces nos perdemos y nos alejamos. Sino más bien una falta de
confianza nuestra en quien nos cuida. Lo más importante para Jesús somos nosotros: el rebaño que el Padre le
ha entregado y que Él, alegremente, cuida. El Padre está presente y se
manifiesta en Jesús, y es a través de Él, que cumple su misión. Pero no nos
olvidemos que también nos llama a nosotros a seguir con este mandato, y cuidar
del resto de nuestros hermanos mientras Él busca a la oveja perdida.
En busca de hierbas más
frescas y dulces yo corrí del rebaño, y dejé atrás al pastor. Ya se hizo de
noche, y está oscura mi alma. Me acechan las fieras y sombras del terror. Pero
el pastor me vio partir, y por una sola oveja se decidió a venir. Él me alzó
cuando yo caí, y a pesar de mis heridas, siempre supe que estando en sus
hombros, soy feliz.