viernes, 30 de agosto de 2013

La humildad cristiana

“Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.
(Lucas 14,1. 7-14)

     En el Evangelio de hoy, Jesús es invitado a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos. Sin embargo, la intención de la invitación lejos está de ser motivo para compartir la vida o partir el pan con el Señor, y mucho menos, de abrirse a su mensaje. Más bien, la intención del fariseo es tenerlo cerca para analizar su comportamiento, y así, encontrar algo malo para criticarle. El ambiente donde todo se lleva a cabo está lleno de hipocresía, de adulación, de falsas sonrisas. “Caretaje” diríamos hoy en día. Pero Jesús no es tonto: Él se da cuenta de esto, y como mejor sabe hacer, aprovecha la situación para sacar de ello, una enseñanza. Su mirada aguda va descubriendo, entre las personas que lo rodean, interiores egoístas que buscan el mejor lugar, el acercamiento a amigos convenientes, el ser vistos y reconocidos. La soberbia, la búsqueda de honores y la falta de fraternidad que se vivía, eran más que evidentes para Jesús.

     Como ya nos tiene acostumbrados, también hoy, Jesús busca iluminar nuestras obras mediante una parábola: “El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Pero: ¿qué significa esto? Probablemente muchos ya la hemos escuchado alguna vez, o quizás no. Pero como toda enseñanza de Jesús, no basta con haberla oído. Las parábolas no nos comunican nada si son leídas muy por encima; más bien requieren de un gran esfuerzo de nuestra parte para entender su verdadero significado. Para muchos, puede parecer que Jesús retuerce las palabras de manera que se nos hace difícil entenderlo, y hasta incluso, a veces, se nos hace muy fácil malinterpretarlas. Pero Él no encuentra una mejor manera de hacernos pensar y reflexionar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos.

     Lo que la lectura intenta transmitirnos es un claro ejemplo de humildad. No ocupes un primer puesto para destacarte, porque el primer puesto debe ocuparlo quien lo merece. La humildad, sin embargo, tampoco implica menospreciarnos a nosotros mismos. El verdadero humilde no quita valor a las cosas, sino que sabe darle su correspondiente valor a cada cosa; mientras que el soberbio, el orgulloso, el que aspira a los primeros puestos cueste lo que cueste, no tiene en cuenta a los demás, a no ser para utilizarlos en su provecho. El que es humilde es capaz de comprender y compartir los problemas del prójimo y por eso tiene una actitud de servicio con todos; mientras que el soberbio se despreocupa, y simplemente le interesa aquello que a él le favorece, aunque perjudique a muchos.

     Jesús complementa la enseñanza a los invitados con una enseñanza dedicada especialmente al anfitrión del banquete…¿Qué sacrificio tiene ayudar a quienes sé que me pueden devolver el favor? El verdadero esfuerzo está en dar a quien no podrá recompensártelo, porque es recién ahí cuando podrás estar seguro de que la recompensa vendrá del Cielo. Es muy difícil posicionarse en el último lugar de prioridades, nadie dijo que no. Es a descentrarnos de nosotros mismos, a dejar de lado por un momento lo personal y a hacernos ese espacio para pensar en lo ajeno, en lo prójimo, a lo que Jesús nos invita. No olvidándonos de lo que somos y lo que queremos, si no caeríamos en el otro extremo: el de ser “egoístas” con nosotros mismos. Como reflexionábamos hace un ratito, el verdadero humilde no le quita el valor a las cosas. El verdadero humilde le da su correspondiente valor a cada cosa. La Iglesia tiene una enseñanza y un modelo a seguir, que es Jesús. Lo suyo fue servir y dar la vida por todos, y es así como llegó a ser lo primero y lo más grande de todo. Él no ambicionó ningún poder, ni se arrogó ningún título; aún siendo el hijo de Dios. Él, no se cansó de repetir que el que quiera ser grande, se ponga a servir a todos. Por eso, es sólo gracias a que Dios nos brindó el ejemplo ideal de humildad haciéndose hombre en su hijo Jesús, que vamos a poder, nosotros mismos, aprender a ser humildes, a situar a cada uno en el puesto que le corresponde; porque el lugar más importante de todos, no es más que el que cada quien ocupa.

     Quien quiera entrar en el Reino de los Cielos, debe ser servidor de los demás. Aquel que pretenda ser el primero, que comience por actuar como el último. El que desee ser grande, pues, hágase el más pequeño de todos. Y quien realmente aspire a la humildad de corazón, no busque sino que su mano izquierda no sepa lo que la derecha hace. Porque nuestro Padre que está en el Cielo todo lo verá. Y ese Padre Nuestro, que está en el Cielo, nos lo recompensará.

viernes, 23 de agosto de 2013

Los nuevos elegidos del Reino

"Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán.
«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: `¡Señor, ábrenos!' Y os responderá: `No sé de dónde sois.' Entonces empezaréis a decir: `Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas '. Pero os volverá a decir: `No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los malhechores!'
«Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios.
«Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos»"
(Lc 13,22-30
)

     Este evangelio nos invita a meditar y a progresar en las actitudes de nuestra vida cotidiana; nos invita a “hacernos pequeños como niños”, nos invita a ser los últimos, nos invita a obrar por el prójimo, nos invita a agradecer, a no pensar en uno mismo, a sacar el egoísmo de nosotros. Y para todo esto, se necesita la presencia de Jesús en nosotros. Él nos busca y nos llama; dejémoslo entrar, que sea Él quien actúe en nosotros, y que sea su Espíritu quien nos guíe. Jesús no responde directamente a la pregunta de si son pocos los que se salvan. No alimenta fantasías y nos lleva a lo esencial. De la curiosidad a la sabiduría. No responde cuántos, sino cómo alcanzar la salvación. Él invita a no sentirnos tan seguros y a luchar, al compromiso. En la casa hay lugar para todos…pero entra el que quiere. El que lleva una vida cristiana en la Tierra, el que pudo ser la sal y la luz del mundo...

     Jesús nos muestra un camino, el que nos lleva a la vida eterna. Ese camino es Él. Nadie va al Padre sino por Él. El que elige otro camino, elige el pecado. El pecado daña la naturaleza humana y eso genera una herida en el corazón, pero siempre se puede sanar y aún así nos podemos salvar, Dios perdona todo. Nos salvamos por la Fe y por las obras. Por eso no debemos tener ni una ni otra, sino un equilibrio de las dos, porque “una Fe sin obras es una Fe muerta”. Por eso aunque seamos pecadores, si tenemos un corazón humilde y ponemos la confianza en Dios, vamos a poder pasar por esa puerta estrecha de la que nos habla el Evangelio.

      Lucas sugiere la siguiente enseñanza: tenemos que tener claro el objetivo de nuestra vida, y asumirlo decididamente como hizo Jesús. Debemos caminar. No podemos detenernos, aunque no siempre sea claro y definido por dónde pasamos. En el último día -recuerda también Jesús en el Evangelio- no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos méritos como en el Evangelio: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas". La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia. Con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el "pasaporte" que nos permitirá entrar en la vida eterna.

     El secreto para encontrar la paz en Jesús lo encontramos en una respuesta que Él da a una pregunta similar cuando dice: “Para los hombres (la salvación) es imposible pero para Dios todo es posible”. Por tanto, el secreto lo encontramos en la Fe. Nuestra salvación es don que hay que pedir con consatancia y Fe a Dios. No cabe duda que también depende de nuestras obras pero es ante todo un don de Dios. No nos cansemos de luchar, de estar atentos, de orar porque cuando menos lo pensemos, nos llegará la hora de dar cuentas.

     Jesús, el camino está claro, pero siento que me falta fuerza para realmente querer recorrer esa senda que lleva a tu Reino, cruzar esa puerta estrecha que implica negarme a mí mismo. Dame la luz para comprender que sólo hay ese camino por lo que debo convertirme en un instrumento dócil y confiado en tu voluntad. Amén.

viernes, 16 de agosto de 2013

La prioridad del Reino

"He venido a encender fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y estoy angustiado hasta que se cumpla. ¿Les parece que he venido a traer paz a la Tierra? Pues les digo que no, sino más bien división. Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres. El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra."
(Lc 12, 49-53)

"He venido a encender fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y estoy angustiado hasta que se cumpla”

     El fuego es peligroso. Pero también ilumina y calienta. El fuego que arde en el corazón de Jesús y del cual Él nos comunica es aquel que destruye el egoísmo y el orgullo de los humanos, es un fuego que purifica, libera, nos hace capaces de ayudar a los otros.
No apaguemos ese fuego; hagamos todo lo posible por conservarlo y propagarlo. Acá está el propósito de nuestra misión. El Papa dijo que “hagamos lio”, eso quiere decir que propaguemos el fuego del amor de Jesús.
     En este pasaje, Jesús nos muestra una vez más su lado humano. Jesús también se angustiaba; por eso cuando cada uno de nosotros esté triste o preocupado debe recurrir a Jesús, porque Él nos va a entender y a calmar en los momentos de desesperación.

"¿Les parece que he venido a traer paz a la Tierra? Pues les digo que no, sino más bien división." 

     Jesús se refiere aquí a les consecuencias de su llegada y de su mensaje. No todos lo aceptan porque Dios es al mismo tiempo luz que ilumina y que juzga, fuego que purifica y que destruye el mal. Sin luz no podemos caminar hacia el amor de Dios, pero con luz quedan al descubierto también todos nuestros defectos.
     Es el amor de Jesús y el elegir seguirlo lo que nos pone a prueba de si realmente estamos dispuestos a dejar todo para seguirlo. Jesús vino para cambiar nuestras vidas e inundarlas con su luz y nosotros somos los que elegimos acompañarlo. Cuando elegimos seguirlo tenemos que plantearnos nuestra vida desde otra perspectiva, debemos replantearnos nuestras actitudes, darnos cuenta de nuestros pecados y egoísmo. ¿Cómo es mi relación con Jesús?¿Realmente dejo todo para seguirlo a Él?
 
     Jesús no busca divisiones, sino que predice cómo reaccionará la gente ante las exigencias del Reino de Dios. Para muchos cristianos, seguir a Jesús suponía romper con su familia; además, ser sus discípulos no era fácil o cómodo. Todos deseamos paz, pero vivir conforme al mensaje de Jesús puede causar conflictos y atraer odio de quienes se oponen a su Evangelio.
     Queremos el amor de Jesús y su compañía pero ésto mismo nos hace tomar conciencia de nuestros comportamientos. Cuando descubrimos el amor de Jesús nos incomodamos porque a partir de ese momento es que tenemos que fijarnos y preguntarnos si nuestras actitudes se corresponden con lo que Jesús nos expresa en el Evangelio. 


     Señor, purifícame con tu fuego. Hazme un ministro de fuego. Embriágame en tu Espíritu Santo. Bautízame con el Espíritu Santo y su fuego. Que tu palabra sea predicada con fuego. Que el fuego de tu presencia se manifieste en mi vida. Que tu fuego este en mi manos para sanar a los enfermos. Que tu fuego este en mi lengua para predicar y profetizar. Que tu fuego me proteja y me cubra de mis enemigos. Que tu gloria se encienda como una hoguera ardiente de fuego en este día. Crea en esta hora un resplandor de fuego alrededor de mí que esparza llamas de fuego.