viernes, 23 de agosto de 2013

Los nuevos elegidos del Reino

"Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán.
«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: `¡Señor, ábrenos!' Y os responderá: `No sé de dónde sois.' Entonces empezaréis a decir: `Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas '. Pero os volverá a decir: `No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los malhechores!'
«Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios.
«Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos»"
(Lc 13,22-30
)

     Este evangelio nos invita a meditar y a progresar en las actitudes de nuestra vida cotidiana; nos invita a “hacernos pequeños como niños”, nos invita a ser los últimos, nos invita a obrar por el prójimo, nos invita a agradecer, a no pensar en uno mismo, a sacar el egoísmo de nosotros. Y para todo esto, se necesita la presencia de Jesús en nosotros. Él nos busca y nos llama; dejémoslo entrar, que sea Él quien actúe en nosotros, y que sea su Espíritu quien nos guíe. Jesús no responde directamente a la pregunta de si son pocos los que se salvan. No alimenta fantasías y nos lleva a lo esencial. De la curiosidad a la sabiduría. No responde cuántos, sino cómo alcanzar la salvación. Él invita a no sentirnos tan seguros y a luchar, al compromiso. En la casa hay lugar para todos…pero entra el que quiere. El que lleva una vida cristiana en la Tierra, el que pudo ser la sal y la luz del mundo...

     Jesús nos muestra un camino, el que nos lleva a la vida eterna. Ese camino es Él. Nadie va al Padre sino por Él. El que elige otro camino, elige el pecado. El pecado daña la naturaleza humana y eso genera una herida en el corazón, pero siempre se puede sanar y aún así nos podemos salvar, Dios perdona todo. Nos salvamos por la Fe y por las obras. Por eso no debemos tener ni una ni otra, sino un equilibrio de las dos, porque “una Fe sin obras es una Fe muerta”. Por eso aunque seamos pecadores, si tenemos un corazón humilde y ponemos la confianza en Dios, vamos a poder pasar por esa puerta estrecha de la que nos habla el Evangelio.

      Lucas sugiere la siguiente enseñanza: tenemos que tener claro el objetivo de nuestra vida, y asumirlo decididamente como hizo Jesús. Debemos caminar. No podemos detenernos, aunque no siempre sea claro y definido por dónde pasamos. En el último día -recuerda también Jesús en el Evangelio- no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos méritos como en el Evangelio: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas". La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia. Con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el "pasaporte" que nos permitirá entrar en la vida eterna.

     El secreto para encontrar la paz en Jesús lo encontramos en una respuesta que Él da a una pregunta similar cuando dice: “Para los hombres (la salvación) es imposible pero para Dios todo es posible”. Por tanto, el secreto lo encontramos en la Fe. Nuestra salvación es don que hay que pedir con consatancia y Fe a Dios. No cabe duda que también depende de nuestras obras pero es ante todo un don de Dios. No nos cansemos de luchar, de estar atentos, de orar porque cuando menos lo pensemos, nos llegará la hora de dar cuentas.

     Jesús, el camino está claro, pero siento que me falta fuerza para realmente querer recorrer esa senda que lleva a tu Reino, cruzar esa puerta estrecha que implica negarme a mí mismo. Dame la luz para comprender que sólo hay ese camino por lo que debo convertirme en un instrumento dócil y confiado en tu voluntad. Amén.