"El Espíritu Santo les recordará todo cuanto les he dicho. En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: El que me ama, cumplirá mi
palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos en Él nuestra
morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que
están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de
esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo
que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y
les recordará todo cuanto yo les he dicho. La paz les dejo, mi
paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se
acobarden. Me han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me
amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más
que yo. Se los he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando
suceda, crean."
(Jn 14, 23-29)
El
Evangelio de hoy comienza con la respuesta de Jesús a una pregunta de
Judas, no el Iscariote: “Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar
a nosotros y no al mundo?” (Jn 14,22). El apóstol hace esta pregunta
ante una afirmación que Jesús había hecho, estableciendo una neta
diferencia entre sus discípulos y el mundo: “Dentro de poco el mundo ya
no me verá, pero vosotros sí me veréis” (Jn 14,19).
Jesús
responde a la pregunta del apóstol con una clara distinción: “Si alguno
me ama, guardará mi Palabra... el que no me ama, no guarda mis
palabras”. Es un criterio para discernir quien es parte del mundo y está
excluido de la visión de Cristo y quién es su discípulo y goza de esta
visión. El criterio verdadero es el amor a Jesús; pero este criterio es
difícil de verificar. Por eso
Jesús señala un criterio más claro: “Guardar su Palabra”. El mundo no escucha la palabra de Jesús y no la guarda.
Respecto
de sus discípulos –los que guardan su palabra- Jesús agrega: “Mi Padre
lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Respecto del mundo el
mismo apóstol Juan escribe a los jóvenes: “No améis el mundo ni lo que
hay en el mundo; si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en
él” (1Jn 2,15). La diferencia entre los discípulos de Cristo y el mundo
es que en los discípulos está el amor de Dios y en el mundo no está el
amor de Dios.
¿Por qué es tan importante guardar la palabra de
Jesús? Él mismo responde: “La palabra que escucháis no es mia, sino del
Padre que me ha enviado”. Jesús hizo resonar en el mundo la palabra de
Dios; Jesús es, en toda su realidad, la Palabra de Dios hecha carne
dirigida al mundo. Esta es la Palabra que hay que acoger, pues “a todos
los que la acogieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios” (Jn
1,12), es decir, de realizar la vocación sublime a la cual está llamado
todo ser humano.
En esa misma última cena Jesús
dijo a sus discípulos: “Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo
otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28). Si él ya no está en el
mundo, ¿cómo podemos escuchar su palabra hoy y guardarla? Hay un solo
modo: escuchando a su Iglesia hoy. Antes de volver al Padre Jesús envió a
sus discípulos así: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a
vosotros” (Jn 20,21). A ellos les prometió: “Yo estaré con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). A ellos le dijo:
“Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a
mí me rechaza” (Lc 10,16). A ellos les advirtió: “Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi
Palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15,20).
Jesús
establece una perfecta equivalencia entre su palabra y la de su Iglesia,
expresada por sus legítimos pastores. En el tema del respeto y defensa
de la vida humana concebida en el seno materno se está dando hoy en
Chile una clara distinción entre los que guardan la palabra de Cristo y
los que no la guardan. Es la distinción entre los que escuchan la
palabra de los legítimos pastores de la Iglesia y los que no la
escuchan.
Debemos confesar que creemos en
el amor, creemos en la eficacia del amor para responder a las
posibilidades del ser humano. Creemos en la eficacia del amor para
responder a todos los problemas del hombre, de todo tiempo, de todos los
lugares. ¡Y sentimos un impulso intenso que nos lleva a dar testimonio
del amor, a proclamar que el amor es real, que no es una quimera, que no
es un sueño romántico! Creemos que el amor es el lenguaje de Dios.
Creemos que Cristo Jesús, todo amor, es el Salvador. Que el Señor es la
Verdad que da vida. Que Jesús es el amor que libera a los hombres, que
Jesús es el amor que libera a los pueblos, que nos enseña a todos a ser
cada vez más humanos. Creemos que Cristo Jesús es el único liberador.
Creemos que es el Señor Jesús quien me introduce en la dinámica de la
liberación, creemos que es el Señor Jesús el que me introduce en la
dinámica del amor, desde lo profundo de nuestro ser, desde lo hondo de
nuestro corazón. Amén.