Un campesino
llegaba por las tardes a su iglesia, se sentaba y no decía una palabra, ni
tampoco hacía ningún acto, rezo, lectura de un libro o devocionario, o algún
devoto movimiento especial.
El
párroco curioso le pregunta: "Disculpe, pero estoy intrigado por sus
visitas al templo… ¿Qué le hace venir todas las tardes? ¿A qué viene, si no lo
veo rezar, ni arrodillarse, ni hacer ningún gesto o acto especial?"
El campesino le mira y con humildad le dice: "Mire, yo vengo todos los
días a ver a este Cristo y no sé qué decirle, entonces yo lo miro y Él me mira
... eso es todo..."
Tal vez entonces la adoración al santísimo no sea más que eso. Ponerse en
frente de Cristo, donde las palabras sobran, donde solo lo podemos contemplar,
mirarlo y dejar que nos mire.