viernes, 6 de septiembre de 2013

Necesidad del desprendimiento

 "Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: 'Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: -Este comenzó a edificar y no pudo terminar-. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."
(Lc 14, 25-33)


     “Junto con Jesús iba un gran gentío”... Imaginemos la situación. Pongámonos en contexto. Un Jesús que todo el tiempo sabe lo que le espera al final del camino. Y con plena libertad elige seguir caminando y entregándose a los demás. El evangelio nos presenta a un Jesús que es seguido por la gente y se muestra abierto y universal. Como lo es ahora. No hay trabas externas para llegar a Cristo. El amor de Jesús no se guarda a unos pocos. El mensaje es para todos. No importa nada más. En este amor no hay lugar para la culpa, la vergüenza, el rencor, las dudas. Este amor se muestra incondicional. Es el amor que triunfa en las debilidades de cada uno. Jesús nos habla a nosotros. No se guarda nada. Está entre nosotros.

     Al hablar sobre ser su discípulo Jesús fue claro. No hay grises en su respuesta: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo". ¿De qué nos habla? De la renuncia. La renuncia que tenemos que hacer en nuestra vida para llegar a Cristo. No existe el verdadero amor sin renuncia. Es personal. Cada uno sabe aquellas cosas que lo lastiman por dentro. Que lo mantienen atado. Que no lo dejan avanzar a un encuentro pleno con Jesús. Y Él, constantemente nos invita a dejar todo y seguirlo. Animarse a dar un paso. El encuentro con Cristo nos tiene que transformar la vida. En todo sentido. Una vez que conocemos a Jesús, y experimentamos la felicidad, contemplamos ese fuego que arde en el corazón, entonces nada puede volver a ser como antes. Pensemos cuáles son esas cosas que no nos permiten llegar a Jesús. Y pidámosle ayuda para poder ir a su encuentro y animarnos a aceptar su invitación de dejar todo y seguirlo. Pues lo que Jesús nos prepara al final del camino es mucho más grande.

     Qué lindo es transmitir a Cristo. Mostrárselo a los demás. Sin dudas es nuestra Misión. Pero aquí Jesús nos dice algo clave: “¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?” No hay que olvidarse de uno mismo. Pues para estar en armonía con lo demás, primero se tiene que estar en armonía con uno mismo. ¿Qué podemos dar a los demás si nosotros no estamos bien? Quizás nos damos a los demás sólo para tapar nuestro propio vacío. Y lo que Jesús nos pide es que lleguemos mucho más hondo. Que excavemos un poco más. Aprendamos a ir paso a paso. Pongamos orden en nuestra vida. No nos apresuremos. Y que descubramos que dentro de nuestro corazón, late otro corazón. Allí esta nuestro tesoro. Allí está Dios.

     “El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Animémonos a hacer esto. Carguemos con nuestra cruz. No intentemos escaparle. Entreguémosle toda nuestra fragilidad a Cristo. Pidámosle ayuda. Reconozcamos que somos débiles. Que solos no podemos. Que estamos corrompidos, quebrados. Y que sin Jesús no somos nada. Con Él estamos seguros. De su mano nada puede fallar. Y El está con nosotros todo el tiempo. Porque cuando nosotros clamamos. Él escucha. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. Porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes